"Hechizo" _Isa_
Tucho vivía en la calle. En la calle Gran Vía de Madrid. Exactamente en la entrada principal del Palacio de la Música con su dueño, vagabundo, dos gatitas, dos mantas grandes y un saco envuelto en una toalla rosa,
Al hombre se le calculaba una edad joven. Tenía el rostro barbudo, pelo largo y lacio de color rubio pajizo. Una mirada noble de ojos claros, ausente de hostilidades, donde se adivinaba que, a su manera, estaba feliz.
Frente al Palacio de la Música, Julia, lo observaba a diario desde la ventana de su cuarto. A él, a su saxo, al perro y a las gatas. A menudo sonaban sus conciertos entre el ruido del tráfico. Cuando terminaba la actuación recogía el plato de papel con las escasas monedas que habían depositado los transeúntes y, se dirigían a la tienda de comestibles. De vuelta a su manta, el hombre repartía la comida y una garrafa de agua entre los cuatro.
Julia, estaba cada día más atenta a sus movimientos. Sabía cómo se llamaban sus acompañantes. Sentía mucha curiosidad por saber cuál era el nombre de su dueño. Algún día se atrevería a preguntárselo.
Julia, ocultaba a su familia, a sus amigos y amigas, la fascinación que le causaban aquellos "vecinos". Cuando llegaba de sus clases lo primero que hacía era mirar a través de la ventana, y lo grababa todo en su teléfono móvil. Cuando tocaba, cuando dormía, cuando comía, cuando leía, porque también leía, leía y escribía, y tocaba el saxo de pie mirando al cielo. La primera vez que Julia lo vio erguido con su alta y distinguida figura, se quedó impresionada. Sus movimientos siguiendo el ritmo de los compases la emocionaron, no podía contárselo a nadie.
Fue en verano, después de una noche de tormenta al abrir la ventana, cuando lo vio por primera vez tendiendo dos mantas en el árbol preferido de Tucho. Los animalitos andaban sueltos. A pesar de no llevar ninguna atadura no se iban lejos de la manta extendida en el suelo, y Tucho, no se alejaba más del par de metros que le separaban del árbol, y eso cuando sus necesidades fisiológicas lo exigían.
Desde entonces, Julia, había hecho del teléfono móvil, su apéndice, no lo dejaba nunca temerosa de que alguien pudiera ver los vídeos del mendigo. Era algo que llevaba muy escondido. Eran, su secreto.
Una tarde, Julia, quedó con la pandilla en la cafetería que hay debajo de su casa. Disfrutaban de una merienda cuando lo vio, yendo de mesa en mesa, dejando unas cuidadas octavillas blancas escritas en verso. Las ofrecía a cambio de un donativo. Julia, sufrió entonces por el desprecio que le hicieron su amigos ignorándolo del todo. Únicamente ella recogió los versos y puso una generosas limosna en las manos blancas y delicadas de Guille. "Guille", así firmaba en los poemas.
-Gracias señorita- respondió agradecido. Eres..., eres la chica de la ventana...
-Sí, me llamo Julia- dijo bajando la voz.
Toda la pandilla la miró con extrañeza... Julia les dedicó una mirada atajando comentarios.
-Julia -decía Rosy- ya sabes que han terminado las oras de la Cuesta de Moyano, querías ir cuando abrieran de nuevo...
-Tenemos que quedar un día de estos, quiero encontrar algo para mí y para Navidad.
-Por cierto, que ahora las oras vais a tenerlas aquí en tu calle, ¿no?
-Sí, van a remodelar todas las fachadas.
(Bla. bla, bla, bla).
Por la mañana temprano, en las horas en que las aceras aparecen desiertas, Guille, Tucho, Pipi y Pandora, echaban carreras juntos. Luego, con una calma exquisita, les cepillaba el pelo. Él también se peinaba, y después sacaba algo de una caja de galletas y se sentaban en un banco a desayunar. Y, él, mientras, observaba esa ventana que tantas noches y tantos días, a pesar del frío de diciembre, permanecía abierta o entreabierta... Donde en más de una ocasión había cruzado su mirada con la chica de expresión risueña.
Muchas noches ella lo veía escribir hasta muy tarde a la luz de una linterna. Escribía y hacía pausas mirando hacia su ventana. Y a Julia, aquellas noches le costaba dormirse. Además los obreros habían cubierto ya, con un mural de tela, su fachada y ya no podía ver el exterior con nitidez. Una noche soñó que "su corazón había abandonado su cuerpo, se le había escapado, y hacía carreras con Guille y su familia de animales, y, cuando bajó a buscarlo, Guille, le habló con dulzura, diciéndole, que su corazón le pertenecía..." Se había convertido en un sueño repetitivo, tan real, que instintivamente se llevaba la mano derecha al sitio del corazón, y esas noches ya era muy difícil que volviera a conciliar el sueño.
Aquella mañana de diciembre, un resplandor azul de luces de sirenas, atrajo su atención. Salió a la ventana, se oían ladridos, maullidos, y, a Guille, elevando la voz. Julia, se puso el abrigo, cogió el móvil y salió a la calle. Allí estaba Guille abrazado a su saxo, a sus gatas, a Tucho... A su alrededor tres coches de la policía y una furgoneta de recogida de animales. La policía se llevaba a Guille hacia uno de los coches patrulla, arrancándole a Tucho a Pipi y a Pandora de entre los brazos. Los encerraron en una jaula y los introdujeron en la furgoneta de la perrera. Julia, no tuvo tiempo de cruzar la calle todo lo rápido que hubiese querido, para intentar impedir aquel atropello. El rostro abatido de Guille le arañó en el alma. Desde esa mañana, Julia, no volvió a sentir su corazón...
Minutos después un camión de obras descargaba andamios. Colocaron una valla metálica en la acera de El Palacio de la Música. A continuación una máquina talaba el pino, el árbol preferido de Tucho... En el suelo quedaban las mantas, la toalla rosa y una caja de cartón... Ante la mirada estupefacta de los "leñadores" Julia cogió las mantas y la toalla, las enrolló a modo de hatillo y se las llevó a casa. Por suerte para ella sus padres dormían, o al menos, estaban en el dormitorio y la puerta permanecía cerrada.
Julia se abrazó a la toalla y a las polvorientas mantas ahogando su llanto en ellas..., y volvió a palparse el hueco del corazón.
Escondió las mantas en el altillo de su armario. Notó que había pisado algo pegajoso, era una mancha de color miel, brotaba de la ventana de madera y chorreaba hasta el suelo. Era resina de pino. ¡La ventana lloraba lágrimas de ámbar...! Julia, temblorosa e incrédula, grababa en su móvil la ventana, el suelo, y el hueco hollado en el sitio del corazón. Más tarde, entre lágrimas, escribió algo en su Diario. Robó dos pastillas de dormir de la consulta de su padre y se metió en la cama, vestida, desconectó el móvil lo metió debajo de la almohada y se quedó profundamente dormida.
Cuando despertó, ya era otro día. Abrió la ventana y observó que en la ancha de resina había crecido un tallo leñoso recubierto de agujas de pino..., ya no se asustó ni se sorprendió siquiera. Supo que era el árbol de Tucho, sonrió y lo grabó en el móvil. Comunicó a Lola que no entrara a hacer su cuarto..., y se encargaba ella misma de abrir la ventana, ventilar, hacer su cama, limpiar los cristales, y humedecer el brote de pino...
Con el saxo colgado a su espalda y los bolsillos llenos de libretas y bolígrafos, Guille, espera la hora de comer en las colas de los albergues. Nadie quiere sentarse en la mesa con él, como solo, y lo hace reservando una silla donde sentar a Julia... Habla solo, aunque él dice que habla con un corazón que le pertenece, que se pegó a él cuando le arrancaron de sus brazos a Tucho a Pipi y a Pandora...
Guille vaga por las calles acompañado de la presencia invisible de Julia...
Hoy, Julia no fue a clase. Su móvil y ella rastrearon los refugios de animales. Hizo varias llamadas hasta localizar los animalitos de Guille. Los envolvió en las mantas y se los llevó a su casa de verano. Se maldijo por no haber podido recogerlos antes, su lamentable estado del día anterior le impidió ir en su busca el mismo día que se los llevaron.
Miró la hora en su móvil. Los dígitos avanzaban, se paraban, retrocedían y marcaban siempre las 07:17 y la fecha de ayer, la hora en que se llevaron a Guille...
No iba a parar hasta encontrarlo. Empezó por la comisaría del distrito, donde le dijeron que al mendigo lo habían dejado libre en seguida, a condición de no volver a verlo por la zona. Julia, recorrió la red de metro preguntando a todos los músicos que tocan en los túneles..., nadie sabía nada, nadie lo había visto. Se recorrió los claros de los parques, donde se reúnen los indigentes contrarios a refugiarse en sitios cerrados donde no pueden ver las estrellas..., no estaba. Siguió buscando en los albergues; en uno de ellos le dijeron que habían atendido a un chico que se hacía llamar Guille, era alto y rubio, llevaba un saxo y un delirio de "Julia y su corazón" encima. Pero de esto hacía ya tiempo...
Sonó el móvil, era Rebeca recordándole que habían quedado este jueves para ir a la Cuesta de Moyano...
En un rincón de la estantería del puesto 17 un cartel indicaba "Callejeros y planos". Se acercó, estuvo curioseando las distintas guías y mapas de segunda mano. Rebeca le reprochaba que ¡qué revolvía ahí! La mano de Julia había quedado adherida por unas gotas de resina a una guía de calles tamaño bolsillo, Rebeca insistía:
-¿Qué haces con eso...?
-Voy a comprarla, afirmó Julia, y por favor, déjame en paz.
-Vaya mierda, replicó Rebeca.
Julia, ojeó la guía, entre sus páginas había octavillas de poemas firmados por Guille... Después la examinó detenidamente en casa, encerrada en su cuarto. Algunas octavillas tenían fecha del año pasado. Los poemas tenían escrito el nombre de Julia, era la protagonista y hacedora de esos poemas, tanto o más que su autor. Debajo de la octavilla el plano marcaba una calle con un trazo rojo, señalaba la sierra, la calle donde estaba la casa de verano, donde estaban Tucho, Pipi y Pandora...
Julia, recogió el brote de pino del marco de la ventana, lo envolvió e algodón húmedo, lo introdujo en un tarro de cristal y se lo llevó para plantarlo en el jardín de la casa de la sierra. Se llevó también su Diario y la toalla rosa... Ese mismo día, a las doce de la noche, comenzó a sonar una música de saxo, los ladridos ansiosos de Tucho, los maullidos alegres de Pipi y de Pandora... Julia cogió su móvil para grabarlos, y vio cómo saltaban las fechas en la pantalla del teléfono, volvían a marcar el día y la hora exacta en que se llevaron a Guille... Y fue en ese preciso momento cuando apareció Guille. Guille estaa en la puerta. El saxo también. Y también Julia. La presencia visible de Julia... Y una hoja sin fecha, desprendida de su Diario...
R e g r e s a r t e
"El vacío espectáculo se sostiene apenas entre ruinas y pasadizos... Por donde pasé de la vida a la muerte. La muerte, que está siendo para mí como una enfermedad que me hace invisible...
Cada día salgo temprano a mendigar por mi pueblo encantado, por si quisiera la aurora imbuirme en sus destellos, a ser parte de sus brillos, como antes, cuando estaba viva... Pero la aurora no está...
Se han borrado los tejados, las casas, las calles los jardines, los rincones y las esquinas... Ya no existe la línea en el horizonte. Se han callado los trinos de los pájaros y el tintineo de las campanas. Se ha parado el rumor del riachuelo..., y, silenciado el ladrido de Tucho buscando su dueño desaparecido.
... Y salgo de mi tumba a esperarte, a esperar a mi pueblo encantado, he soñado que hoy vuelve, que aparece contigo..., que regreso a la vida."
Aquella madrugada el cielo se tiñó de azul. El paisaje recobró todos sus colores. El sol su luz. Volvió la línea al horizonte. Sonaron los trinos de los pájaros, el tintineo de las campanas, el murmullo de las gentes, el fluir del río...
El brote de pino alcanzaba el alfeizar de la ventana. En el tendedero un viento soleado volteaba las dos mantas grandes y la toalla rosa.
Dentro, Julia y Guille, dormían abrazados en el sofá frente al chisporroteo de la chimenea. Tucho, montaba guardia pegado al sofá y observaba el correteo de Pipi y de Pandora alrededor del saxo, que, erguido sobre la alfombra, movía sus teclas, solo, haciendo sonar melodías inéditas. Música exclusiva. Música para ellos... Por ellos. Por todos ellos...
.... de Cuentos Reunidos ....
_los cuentos de isaPetricor_
Tucho vivía en la calle. En la calle Gran Vía de Madrid. Exactamente en la entrada principal del Palacio de la Música con su dueño, vagabundo, dos gatitas, dos mantas grandes y un saco envuelto en una toalla rosa,
Al hombre se le calculaba una edad joven. Tenía el rostro barbudo, pelo largo y lacio de color rubio pajizo. Una mirada noble de ojos claros, ausente de hostilidades, donde se adivinaba que, a su manera, estaba feliz.
Frente al Palacio de la Música, Julia, lo observaba a diario desde la ventana de su cuarto. A él, a su saxo, al perro y a las gatas. A menudo sonaban sus conciertos entre el ruido del tráfico. Cuando terminaba la actuación recogía el plato de papel con las escasas monedas que habían depositado los transeúntes y, se dirigían a la tienda de comestibles. De vuelta a su manta, el hombre repartía la comida y una garrafa de agua entre los cuatro.
Julia, estaba cada día más atenta a sus movimientos. Sabía cómo se llamaban sus acompañantes. Sentía mucha curiosidad por saber cuál era el nombre de su dueño. Algún día se atrevería a preguntárselo.
Julia, ocultaba a su familia, a sus amigos y amigas, la fascinación que le causaban aquellos "vecinos". Cuando llegaba de sus clases lo primero que hacía era mirar a través de la ventana, y lo grababa todo en su teléfono móvil. Cuando tocaba, cuando dormía, cuando comía, cuando leía, porque también leía, leía y escribía, y tocaba el saxo de pie mirando al cielo. La primera vez que Julia lo vio erguido con su alta y distinguida figura, se quedó impresionada. Sus movimientos siguiendo el ritmo de los compases la emocionaron, no podía contárselo a nadie.
Fue en verano, después de una noche de tormenta al abrir la ventana, cuando lo vio por primera vez tendiendo dos mantas en el árbol preferido de Tucho. Los animalitos andaban sueltos. A pesar de no llevar ninguna atadura no se iban lejos de la manta extendida en el suelo, y Tucho, no se alejaba más del par de metros que le separaban del árbol, y eso cuando sus necesidades fisiológicas lo exigían.
Desde entonces, Julia, había hecho del teléfono móvil, su apéndice, no lo dejaba nunca temerosa de que alguien pudiera ver los vídeos del mendigo. Era algo que llevaba muy escondido. Eran, su secreto.
Una tarde, Julia, quedó con la pandilla en la cafetería que hay debajo de su casa. Disfrutaban de una merienda cuando lo vio, yendo de mesa en mesa, dejando unas cuidadas octavillas blancas escritas en verso. Las ofrecía a cambio de un donativo. Julia, sufrió entonces por el desprecio que le hicieron su amigos ignorándolo del todo. Únicamente ella recogió los versos y puso una generosas limosna en las manos blancas y delicadas de Guille. "Guille", así firmaba en los poemas.
-Gracias señorita- respondió agradecido. Eres..., eres la chica de la ventana...
-Sí, me llamo Julia- dijo bajando la voz.
Toda la pandilla la miró con extrañeza... Julia les dedicó una mirada atajando comentarios.
-Julia -decía Rosy- ya sabes que han terminado las oras de la Cuesta de Moyano, querías ir cuando abrieran de nuevo...
-Tenemos que quedar un día de estos, quiero encontrar algo para mí y para Navidad.
-Por cierto, que ahora las oras vais a tenerlas aquí en tu calle, ¿no?
-Sí, van a remodelar todas las fachadas.
(Bla. bla, bla, bla).
Por la mañana temprano, en las horas en que las aceras aparecen desiertas, Guille, Tucho, Pipi y Pandora, echaban carreras juntos. Luego, con una calma exquisita, les cepillaba el pelo. Él también se peinaba, y después sacaba algo de una caja de galletas y se sentaban en un banco a desayunar. Y, él, mientras, observaba esa ventana que tantas noches y tantos días, a pesar del frío de diciembre, permanecía abierta o entreabierta... Donde en más de una ocasión había cruzado su mirada con la chica de expresión risueña.
Muchas noches ella lo veía escribir hasta muy tarde a la luz de una linterna. Escribía y hacía pausas mirando hacia su ventana. Y a Julia, aquellas noches le costaba dormirse. Además los obreros habían cubierto ya, con un mural de tela, su fachada y ya no podía ver el exterior con nitidez. Una noche soñó que "su corazón había abandonado su cuerpo, se le había escapado, y hacía carreras con Guille y su familia de animales, y, cuando bajó a buscarlo, Guille, le habló con dulzura, diciéndole, que su corazón le pertenecía..." Se había convertido en un sueño repetitivo, tan real, que instintivamente se llevaba la mano derecha al sitio del corazón, y esas noches ya era muy difícil que volviera a conciliar el sueño.
Aquella mañana de diciembre, un resplandor azul de luces de sirenas, atrajo su atención. Salió a la ventana, se oían ladridos, maullidos, y, a Guille, elevando la voz. Julia, se puso el abrigo, cogió el móvil y salió a la calle. Allí estaba Guille abrazado a su saxo, a sus gatas, a Tucho... A su alrededor tres coches de la policía y una furgoneta de recogida de animales. La policía se llevaba a Guille hacia uno de los coches patrulla, arrancándole a Tucho a Pipi y a Pandora de entre los brazos. Los encerraron en una jaula y los introdujeron en la furgoneta de la perrera. Julia, no tuvo tiempo de cruzar la calle todo lo rápido que hubiese querido, para intentar impedir aquel atropello. El rostro abatido de Guille le arañó en el alma. Desde esa mañana, Julia, no volvió a sentir su corazón...
Minutos después un camión de obras descargaba andamios. Colocaron una valla metálica en la acera de El Palacio de la Música. A continuación una máquina talaba el pino, el árbol preferido de Tucho... En el suelo quedaban las mantas, la toalla rosa y una caja de cartón... Ante la mirada estupefacta de los "leñadores" Julia cogió las mantas y la toalla, las enrolló a modo de hatillo y se las llevó a casa. Por suerte para ella sus padres dormían, o al menos, estaban en el dormitorio y la puerta permanecía cerrada.
Julia se abrazó a la toalla y a las polvorientas mantas ahogando su llanto en ellas..., y volvió a palparse el hueco del corazón.
Escondió las mantas en el altillo de su armario. Notó que había pisado algo pegajoso, era una mancha de color miel, brotaba de la ventana de madera y chorreaba hasta el suelo. Era resina de pino. ¡La ventana lloraba lágrimas de ámbar...! Julia, temblorosa e incrédula, grababa en su móvil la ventana, el suelo, y el hueco hollado en el sitio del corazón. Más tarde, entre lágrimas, escribió algo en su Diario. Robó dos pastillas de dormir de la consulta de su padre y se metió en la cama, vestida, desconectó el móvil lo metió debajo de la almohada y se quedó profundamente dormida.
Cuando despertó, ya era otro día. Abrió la ventana y observó que en la ancha de resina había crecido un tallo leñoso recubierto de agujas de pino..., ya no se asustó ni se sorprendió siquiera. Supo que era el árbol de Tucho, sonrió y lo grabó en el móvil. Comunicó a Lola que no entrara a hacer su cuarto..., y se encargaba ella misma de abrir la ventana, ventilar, hacer su cama, limpiar los cristales, y humedecer el brote de pino...
Con el saxo colgado a su espalda y los bolsillos llenos de libretas y bolígrafos, Guille, espera la hora de comer en las colas de los albergues. Nadie quiere sentarse en la mesa con él, como solo, y lo hace reservando una silla donde sentar a Julia... Habla solo, aunque él dice que habla con un corazón que le pertenece, que se pegó a él cuando le arrancaron de sus brazos a Tucho a Pipi y a Pandora...
Guille vaga por las calles acompañado de la presencia invisible de Julia...
Hoy, Julia no fue a clase. Su móvil y ella rastrearon los refugios de animales. Hizo varias llamadas hasta localizar los animalitos de Guille. Los envolvió en las mantas y se los llevó a su casa de verano. Se maldijo por no haber podido recogerlos antes, su lamentable estado del día anterior le impidió ir en su busca el mismo día que se los llevaron.
Miró la hora en su móvil. Los dígitos avanzaban, se paraban, retrocedían y marcaban siempre las 07:17 y la fecha de ayer, la hora en que se llevaron a Guille...
No iba a parar hasta encontrarlo. Empezó por la comisaría del distrito, donde le dijeron que al mendigo lo habían dejado libre en seguida, a condición de no volver a verlo por la zona. Julia, recorrió la red de metro preguntando a todos los músicos que tocan en los túneles..., nadie sabía nada, nadie lo había visto. Se recorrió los claros de los parques, donde se reúnen los indigentes contrarios a refugiarse en sitios cerrados donde no pueden ver las estrellas..., no estaba. Siguió buscando en los albergues; en uno de ellos le dijeron que habían atendido a un chico que se hacía llamar Guille, era alto y rubio, llevaba un saxo y un delirio de "Julia y su corazón" encima. Pero de esto hacía ya tiempo...
Sonó el móvil, era Rebeca recordándole que habían quedado este jueves para ir a la Cuesta de Moyano...
En un rincón de la estantería del puesto 17 un cartel indicaba "Callejeros y planos". Se acercó, estuvo curioseando las distintas guías y mapas de segunda mano. Rebeca le reprochaba que ¡qué revolvía ahí! La mano de Julia había quedado adherida por unas gotas de resina a una guía de calles tamaño bolsillo, Rebeca insistía:
-¿Qué haces con eso...?
-Voy a comprarla, afirmó Julia, y por favor, déjame en paz.
-Vaya mierda, replicó Rebeca.
Julia, ojeó la guía, entre sus páginas había octavillas de poemas firmados por Guille... Después la examinó detenidamente en casa, encerrada en su cuarto. Algunas octavillas tenían fecha del año pasado. Los poemas tenían escrito el nombre de Julia, era la protagonista y hacedora de esos poemas, tanto o más que su autor. Debajo de la octavilla el plano marcaba una calle con un trazo rojo, señalaba la sierra, la calle donde estaba la casa de verano, donde estaban Tucho, Pipi y Pandora...
Julia, recogió el brote de pino del marco de la ventana, lo envolvió e algodón húmedo, lo introdujo en un tarro de cristal y se lo llevó para plantarlo en el jardín de la casa de la sierra. Se llevó también su Diario y la toalla rosa... Ese mismo día, a las doce de la noche, comenzó a sonar una música de saxo, los ladridos ansiosos de Tucho, los maullidos alegres de Pipi y de Pandora... Julia cogió su móvil para grabarlos, y vio cómo saltaban las fechas en la pantalla del teléfono, volvían a marcar el día y la hora exacta en que se llevaron a Guille... Y fue en ese preciso momento cuando apareció Guille. Guille estaa en la puerta. El saxo también. Y también Julia. La presencia visible de Julia... Y una hoja sin fecha, desprendida de su Diario...
R e g r e s a r t e
"El vacío espectáculo se sostiene apenas entre ruinas y pasadizos... Por donde pasé de la vida a la muerte. La muerte, que está siendo para mí como una enfermedad que me hace invisible...
Cada día salgo temprano a mendigar por mi pueblo encantado, por si quisiera la aurora imbuirme en sus destellos, a ser parte de sus brillos, como antes, cuando estaba viva... Pero la aurora no está...
Se han borrado los tejados, las casas, las calles los jardines, los rincones y las esquinas... Ya no existe la línea en el horizonte. Se han callado los trinos de los pájaros y el tintineo de las campanas. Se ha parado el rumor del riachuelo..., y, silenciado el ladrido de Tucho buscando su dueño desaparecido.
... Y salgo de mi tumba a esperarte, a esperar a mi pueblo encantado, he soñado que hoy vuelve, que aparece contigo..., que regreso a la vida."
Aquella madrugada el cielo se tiñó de azul. El paisaje recobró todos sus colores. El sol su luz. Volvió la línea al horizonte. Sonaron los trinos de los pájaros, el tintineo de las campanas, el murmullo de las gentes, el fluir del río...
El brote de pino alcanzaba el alfeizar de la ventana. En el tendedero un viento soleado volteaba las dos mantas grandes y la toalla rosa.
Dentro, Julia y Guille, dormían abrazados en el sofá frente al chisporroteo de la chimenea. Tucho, montaba guardia pegado al sofá y observaba el correteo de Pipi y de Pandora alrededor del saxo, que, erguido sobre la alfombra, movía sus teclas, solo, haciendo sonar melodías inéditas. Música exclusiva. Música para ellos... Por ellos. Por todos ellos...
.... de Cuentos Reunidos ....
_los cuentos de isaPetricor_
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